Halloween es una fiesta de pueblo, de comunidad. No tiene sentido que se celebre entre colegas al margen de todo, con el único objetivo de molestar.
Quejarse del estado lamentable en el que quedaron las puertas del colegio después de la noche de Halloween, tras ser bombardeadas por huevos, sería extremadamente fácil. No me quiero quejar de ello, ni tampoco de los niños, que mis razones tendría. No va por ahí la cosa. Mis tiros van por otros lares, más bien de puertas adentro de las casas de las familias de estos críos, no sé si bien o malcriados, no sé de qué condición... posiblemente tú que lo lees lo sabrás mejor que yo. Me quejo de la pasividad, de la indolencia de ciertos padres ante estas conductas de nuestros hijos. Me quejo de este pretender no mirar aquello que más nos afecta, aquellas conductas de nuestros hijos que van a ser mucho más determinantes en su vida que el hecho de que tenga buenas notas. Un niño que se acerca a un colegio cerrado con sus amigos y que lanzan unos huevos a una puerta cerrada con la única intención de imaginarse la que serían nuestras caras al ver el destrozo a la mañana siguiente, pues ni siquiera han visto nuestras caras, sólo las han imaginado... esto no creo que sea motivo de orgullo para ningún padre.
Quizá sea más fácil subir el volumen de nuestros televisores antes de intentar atajar estas conductas estúpidas tan poco constructivas. Pero pensemos que ahora es un huevo con los colegas. Mañana le pegan fuego a una papelera. ¿Y luego? No olvidemos nunca que, ni siquiera en halloween, nuestros hijos son nuestra responsabilidad y sus acciones y pifias, de algún modo, nos pertenecen.
David.